


Parecía miércoles santo. Uno de esos días en los que la gente se siente en vacaciones, pero la ciudad sigue moviéndose tranquilamente, como debería ser todos los días. La gente en la calle es escasa. Una tarde tranquila, soleada y milagrosamente fresca. La diferencia es que solo había carros amarillo marciano corriendo sobre las calles y buses echando humo negro en medio de sus rayas de colores.





Este era un miércoles, pero no santo. Era el primer día sin carro cuasiobligatorio que se ha hecho en Medellín.

En este valle, que parece una olla a presión una vez la contaminación se aloja debajo de las nubes y no deja salir el calor del sol, hay demasiados carros y demasiadas personas.
La medida de pico y placa seguro ha hecho que la gente se consiga otro carro porque quienes tienen carro, no usan ni los buses ni el metro del que nos enorgullecemos tanto, y ni siquiera bicicleta porque no tienen tiempo para demorarse tanto tiempo traslandándose y el ejercicio se hace mejor en los gimnasios.
Aquí, que los carros echan los gases mas tóxicos que en el resto del país porque tenemos la gasolina de peor calidad, el miércoles del día sin carro hasta las personas iban tranquilas caminando. La calle no tenía ese sonido ronroneante y lleno de pitidos de la gente que van de afán solos en sus carros mientras hacen fila en un taco interminable.

Ver calles casi solas. Como si la gente hubiera huído por una catástrofe nuclear y estuviéramos solo nosotros viendo la ciudad en la soledad esperando el minuto cero.


Ver la ciudad de un lado a otro, clara, de sus colores amarillo ladrillo y no sólo del color gris de la contaminación.


Ver las calles vacías, poderse parar en la mitad y hacer click, y esperar a que pase el primer carro.

Una ciclovía con un carril completo de occidente a oriente y la tristeza de verla vacía y recordar que en esta ciudad lomuda a la gente le gustan son los carros y que si no los pueden sacar se quedan en casa, como si fuera un domingo, o bueno, un miércoles santo.




Oír las vías principales menos ruidosas, verlas menos llenas, mas rápidas, mas tranquilas y poder respirar un aire menos contaminado.




Ojala así hubiera crecido esta ciudad y ojalá no fuera ese monstruo desbordante de gases contaminantes que ya no cabe en este valle lleno de lágrimas.