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jueves, 23 de abril de 2009

Día sin Carro




Parecía miércoles santo. Uno de esos días en los que la gente se siente en vacaciones, pero la ciudad sigue moviéndose tranquilamente, como debería ser todos los días. La gente en la calle es escasa. Una tarde tranquila, soleada y milagrosamente fresca. La diferencia es que solo había carros amarillo marciano corriendo sobre las calles y buses echando humo negro en medio de sus rayas de colores.






Este era un miércoles, pero no santo. Era el primer día sin carro cuasiobligatorio que se ha hecho en Medellín.



En este valle, que parece una olla a presión una vez la contaminación se aloja debajo de las nubes y no deja salir el calor del sol, hay demasiados carros y demasiadas personas.

La medida de pico y placa seguro ha hecho que la gente se consiga otro carro porque quienes tienen carro, no usan ni los buses ni el metro del que nos enorgullecemos tanto, y ni siquiera bicicleta porque no tienen tiempo para demorarse tanto tiempo traslandándose y el ejercicio se hace mejor en los gimnasios.

Aquí, que los carros echan los gases mas tóxicos que en el resto del país porque tenemos la gasolina de peor calidad, el miércoles del día sin carro hasta las personas iban tranquilas caminando. La calle no tenía ese sonido ronroneante y lleno de pitidos de la gente que van de afán solos en sus carros mientras hacen fila en un taco interminable.



Ver calles casi solas. Como si la gente hubiera huído por una catástrofe nuclear y estuviéramos solo nosotros viendo la ciudad en la soledad esperando el minuto cero.



Ver la ciudad de un lado a otro, clara, de sus colores amarillo ladrillo y no sólo del color gris de la contaminación.



Ver las calles vacías, poderse parar en la mitad y hacer click, y esperar a que pase el primer carro.


Una ciclovía con un carril completo de occidente a oriente y la tristeza de verla vacía y recordar que en esta ciudad lomuda a la gente le gustan son los carros y que si no los pueden sacar se quedan en casa, como si fuera un domingo, o bueno, un miércoles santo.





Oír las vías principales menos ruidosas, verlas menos llenas, mas rápidas, mas tranquilas y poder respirar un aire menos contaminado.





Ojala así hubiera crecido esta ciudad y ojalá no fuera ese monstruo desbordante de gases contaminantes que ya no cabe en este valle lleno de lágrimas.

domingo, 5 de octubre de 2008

Esto no fue de Pablo Escobar

Esta ciudad donde vivimos es demasiado doble moral.
Todos sabemos (sabíamos) que ese edificio perteneció, o allí, por lo menos, estuvo mucho tiempo Pablo Escobar.

Pero resulta que para montar un parqueadero se debe poner un letrero que diga: "Esta propiedad nunca fue de..." Ellos creen que así se limpia la suciedad, se es mejor, allí ya se puede invertir o parquear un carro. Nada. En esta ciudad y en mucha partes del país, muchos o todos tuvieron que ver con el capo. Eso es indiscutible.

Debería poner las propiedades de pablito en manos de la comunidad, ya que los empresarios se les ensucia las manos rehabilitando una casa o un edificio que antes todos visitaban sin ningún pero.

Domingo de futbol

Ir al estadio. Frase de papá.
Yo fui por primera vez al estadio Atanasio Girardot, por allá en el año 91.
Me acuerdo que Asprilla metio dos golazos.

Esta vez, en el año 2008, vine con mis primos, con mi hermano, y Ana María, que era su primiparada futbolera.









Nacional Versus Pereira, pero antes la fiesta del hincha verde. Ahí me encontré los cánticos y los amigos que ya había dejado atrás. Poguie, cante, me alegre.


La sensación es multitudinaria. Es genial. Si sos viejo, te revitaliza. Si sos joven, te vuelve el rey del mundo.

Silvar con cuando salen unos, gritar cuando salen los otros.

Se descuelgan banderas y te tapan el cielo.

Inicia el partido, y dependiendo del día, de los jugadores, y algunos dicen que de Dios: ganas o pierdes.


Mierda! Hoy fue perdida.


Y en el entretiempo, como buenos paisas, le metemos, de nuevo, diente al fiambre.

Jugada tras jugada.
Y sufrimientos tras sufrimientos.

El domingo próximo, con mi banderita, vuelvo.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Guayacán



En esta ciudad, los guayacanes florecen dos veces al año. Las flores van cayendo con el viento, el suelo se llena de flores amarillas, un tapete mágico para caminar.









Por mi barrio hay varios árboles. Hoy vi el primero florecido por el estadio, pasaba en el bus Laureles 191 y soñé que estaba debajo y cual Macondo, las flores iban cayendo despaciecito.








Luego dando un paseo por las cuadras cerca a mi casa, vi el guayacán amarillo alto y florecido. Lo edificios de fondo, y el portero, recogiendo las flores.




La primavera ocurre dos días, dos veces al año y todavía nos recuerda que esta ciudad fue alguna vez, la ciudad de la eterna primavera.